Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencor el sustantivo perro
para insultarnos. Y una muerte indigna
es morir como un perro.
Sin embargo los perros miran y oyen
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
En consecuencia,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos
y por nuestro voto de obediencia al más fuerte.
PACHECO, José Emilio. Nuevo álbum
de zoología. MÉXICO,
Era, 2013, p. 117