La
palabra escuincle que muchos emplean como sinónimo de niño, proviene del
vocablo náhuatl itzcuintli, el cual
cuenta con varias acepciones, una de ellas, la más usada, es perro. Jugando con estas dos palabras
inicia el cuento infantil, publicado en 2016 por la Fundación Cultural Armella Spitalier (FCAS) , llamado Ni un pelo de tonto.
Las
autoras son Catalina Kühne (escritora) y Paulina Suárez (ilustradora). La
historia trata sobre las aventuras de un perro xoloitzcuintle y su pequeño amo.
Los tópicos tocados en la obra son la fealdad de los xolos sin pelo, su uso
terapéutico y gastronómicos, así como su avezada inteligencia.
Axa
es el nombre del niño, un chiquillo bastante tragón, peculiaridad que hace que
tenga continuos malestares. En tanto que el perro, a manera de queja, reproduce
lo que varios poseedores de xolos han escuchado en boca de muchas
personas: de que es “feísimo, panzón,
pelón y sin chiste” pero remata
subrayando su ingenio.
El perrito,
que es el narrador de la historia, después de enfrentarse a los problemas
estomacales de su amo, encuentra la manera de aliviarle: se sienta por un rato
sobre la panza del niño y le da, con sus patitas, una especie de masaje, hecho
lo cual la dolencia desaparece.
Aquí,
la escritora del cuento aprovecha una de las cualidades presentes en el
imaginario popular de nuestro país, la que dice que estos perros son curativos,
pues el calor de su cuerpo es empleado para mitigar algunos males asociados con
reumatismo, cólico y dolor de estómago.
La
historia no estaría completa sin la aparición de un antagonista. La mala del
cuento es una anciana llamada Citlalli, dueña de un puesto del mercado donde se
intercambian animales. Ella quiere capturar al “itzcuintle” para cocinarlo.
Aprovechando un descuido de Axa atrapa al animal y lo encierra junto con otros
cuatro canes de su raza.
En
esta parte del texto es donde encontramos otro de los usos que se les daba a
los perros, es decir, su empleo como alimento en la época prehispánica.
Ante
la desaparición del perro, el niño sospecha de la vieja, la enfrenta y le
propone un trato; si de los cinco xolos - casi idénticos - que tiene encerrados
puede saber cual es el suyo, ella tendría que liberar a todos.
Creyendo
que puede salir victoriosa, doña Citlalli acepta. Axa empieza a comer de manera
exagerada todo tipo de alimento, hasta que llegan las molestias, entonces se
pone panza arriba y uno de los xolos empieza el tratamiento contra el dolor, y
de esta manera el niño comprueba cual de ellos es su perro y puede quedarse con
los otros cuatro.
Al
final la astucia del niño y la sapiencia del xolo son las que triunfan, pues
estos animalitos, pese a su aparente fealdad, como lo dice el cuento, no tienen
ni un pelo de tontos.
Diciembre de 2017.