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16 oct 2011

DIEGO, FRIDA Y LOS XOLOITZCUINTLES


Por: Raymundo Flores Melo*.


Diego y Frida, el sapo y la paloma, el disfrute del existir y el dolor de la existencia. Personajes que, a lo largo del tiempo se han vuelto emblema de una época de la historia de México, de aquella etapa que se produce después de la Revolución Mexicana, cuando empieza la construcción de varias de las instituciones estatales que aún perduran, cuando se edifican grandes conglomerados obreros y campesinos, base y sustento de lo que serían los gobiernos de la Revolución, aquellos gobiernos – todavía - con orientación social y popular.


Los muros de la Secretaria de Educación Pública, del Palacio Nacional y otros inmuebles federales, como el Palacio de Bellas Artes, servirán para que Rivera exprese los ideales de la nueva clase gobernante: el Nacionalismo. Esa nueva forma de pensar que quiere construir un país diferente y que por eso fija sus ojos en el pasado, en aquel pasado que se considera glorioso, un pasado que poco o nada tiene que ver con lo que es ajeno, con lo llegado de otra parte; así empieza el rescate de imágenes, costumbres, tradiciones, de todo aquello que sirva para apuntalar y dar fuerza a lo que se proyecta.

Inicia una revisión histórica, una revaloración del indio y lo indio. Rostros, rasgos, vestimentas, vestigios arqueológicos, lenguas, bailes, flora y fauna autóctonas son observadas por los artistas e investigadores de la época para apropiárselos y plasmar en muros, telas, papel y otros soportes, el rostro de ese nuevo México, del México revolucionario y nacionalista.


Así tenemos que, al lado de personajes de diferentes tiempos históricos, se hace presente el perro, ese cánido amigo, acompañante que ha seguido los pasos del hombre desde que éste cruzó el estrecho de Bering. Pero no es cualquier perro el que está pintado en las obras del muralista Rivera, es un perro xoloitzcuintle extraído de la zona conocida como cuenca del río Balsas… Un perro sin pelo, un can diferente a los demás, un animal lleno de simbolismo, misterio y, según se decía y se dice, de propiedades curativas.


El xoloitzcuintle es representado tratando semejar, la mayoría de las veces, la figura prehispánica de los perros de Colima. El xolo está plasmado en varios murales de Palacio Nacional como: “La civilización Totonaca” (1950), “El mercado de Tlatelolco” (1944-45), "Las industrias del maguey y del amate" (1951), "El desembarco de los españoles en Veracruz" (1951), así como en el mural denominado "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central" (1947-48) y "El agitador" (1926) que se encuentra en la Universidad Autónoma de Chapingo. Cubriendo de esa manera, con su presencia, la época prehispánica, el México colonial, el siglo XIX, y la confluencia del movimiento agrarista y obrero del país de la primera mitad del siglo XX.


En este rubro, no podemos dejar de mencionar el mural realizado en la fachada de la casa de Dolores Olmedo en Acapulco, Guerrero, denominada Exekatlkalli o Casa del Viento (1956) donde el xoloitzcuintle aparece con su gemelo divino Quetzalcóatl, alegoría relacionada con la creación del hombre según la mitología nahua. Diego Rivera realizó a lo largo de más de un año este bello mural con azulejos, conchas y piedras.


Por otro lado están una litografía y una acuarela que dejan ver la vida cotidiana del México rural de la época: “El niño del taco” (1932), infante con rasgos indígenas frente a un xoloitzcuintle echado que lo mira comer de manera atenta, y el “Mercado de petates” (1950) ocupando – el pequeño xolo - una de las esquinas inferiores.


De esa manera tenemos al xoloitzcuintle como acompañante del mexicano a lo largo del desarrollo histórico de su patria, de una patria que se forja sumando una gran variedad de elementos de las diferentes culturas presentes en el territorio.


Pensar en Frida Kahlo es ver la Casa Azul de Coyoacán con sus habitantes y amigos de visita, es ver a Matilde Calderón, la madre de la pintora, dando de comer a los xoloitzcuintles, es mirar a la propia pintora sentada junto a Diego Rivera, en las escaleras de la casa, conviviendo con estos animales que van y vienen por el patio y pasillos, entre plantas, macetas y dioses del pasado labrados en roca.


En la obra de Frida, el xolo ocupa también un importante lugar, un espacio tan relevante que es parte de “El Abrazo de Amor de el Universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xólotl” (1949), pero a la vez cotidiano, entrañable y cálido como podemos apreciarlo en el “Autorretrato con changuito” (1945) en “Escuintle y yo” (1938) o en la "Danza al Sol" que es una de las lustraciones de su diario “Alas rotas”, así como en varias fotografías entre las que se destacan las realizadas por Lola Álvarez Bravo y Héctor García.


Tan íntimo como ver a Frida tomar una cámara fotográfica y sacar una placa a la “Chaparra” y después – una vez impresa la imagen – escribir al reverso de la misma: "Hermanito: Está un poco triste por que estaba durmiendo y la levanté para retratarla pero dice que soñaba en que

Diego vendría pronto ¿Qué dices? Te mando muchos besos y también la Chaparra"[1].


Es muy posible que la pareja Rivera-Kahlo obtuviera sus perros xoloitzcuintles de una persona que por largo tiempo exploró zonas de los estados de Guerrero y Michoacán, misma que después serviría de guía a la primera expedición realizada en busca de este tipo de perros: el norteamericano Guillermo Spratling[2].


Si Diego Rivera lo hace trascender al ámbito nacional, Frida Kahlo lo hace familiar y formar parte de la vida diaria de la persona. Con estos dos personajes del arte, el xoloitzcuintle ocupa un lugar dentro de la cultura mexicana y da los primeros pasos para ser conocido, apreciado y admirado por todo el mundo.


*Integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta.

rayflome@gmail.com

Enero de 2011.


[1] ORTIZ MONASTERIO, Pablo (edit). Frida Kahlo. Sus fotos. México, RM, 2010, pp. 386-387


[2] VALADEZ AZÚA, Raúl y Gabriel Mestre Arrioja. Xoloitzcuintle del Enigma al siglo XXI. México, UNAM-IIA/FXCC/ARTENACIÓN, 2008, PP. 67-72