Por: Raymundo Flores Melo.
Cuando vemos un xoloitzcuintle no podemos pasarlo por alto. Su aspecto hace aflorar una gama de sensaciones que pueden ir desde la admiración hasta el rechazo, pues la ausencia de pelo lo hace extraño, ajeno a la mayoría de los mamíferos con los que estamos acostumbrados a convivir en nuestra cotidianidad.
Su porte, su presencia lo hacen único, misterioso, elegante. Lo que sabemos de él está entre la realidad y el mito pero todo nos habla de un ser especial que ha perdurado a lo largo de gran parte de la historia de México.
Cuando tenemos oportunidad de conocerle, de vivir con él, nos damos cuentas de muchas de sus cualidades, entre las que destacan la de ser una buena compañía, cariñoso y juguetón, el de hacerse presente sólo lo necesario pues es más bien callado y de mirar atento. Todo le llama la atención.
En cuanto a comida se conforma con el pienso comercial pero, nada más, hay que verle disfrutar una manzana, un plátano, una pera o pedazos de melón: parece un niño comiendo su dulce favorito.
Bañarlo es muy sencillo, pues debido a la ausencia de pelo sólo mojamos, enjabonamos, tallamos, enjuagamos y secamos. Todo esto en cuestión de pocos minutos.
A la hora de jugar hace ambiente festivo el lugar donde se encuentre, es todo correr, brincar, ir, volver, para luego llegar ante su dueño en busca de una caricia aprobatoria y regresar al juego.
No podría dejar de hablar del xoloitzcuintle con pelo, quien comparte características de su hermano desnudo pero que posee una dentadura completa y es ligeramente superior en tamaño. Ambos - perros mexicanos – hacen presente la dualidad de la raza que encierra un simbolismo que se interna en varias de las culturas mesoamericanas, sin ir más lejos baste recordar aquellas piezas elaboradas en barro en el occidente de México.
Estas representaciones del perro mesoamericano halladas en las tumbas de tiro hacen referencia a la utilidad de estos canes cuando el hombre – llegado el momento - debe cruzar el río para ir al Mictlán. Episodio estrechamente relacionado con el dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl, cuando viaja al inframundo por los huesos que darán lugar a la creación del hombre.
Se ha dicho que tiene poder curativo, la verdad es que, al carecer de pelo, su calor corporal da la impresión de ser superior al de cualquier otro perros, efecto por el que puede ser un auxiliar terapéutico en casos relacionados con reumatismo y alivio de cólicos, pues actúa a manera de bolsa de agua caliente.
Cuando dos xoloitzcuintles juegan hacen recordar una de estas pieza encontrada en Colima, donde parece que dos perros están bailando. La manera de entrelazarse, chocar y morderse sin hacerse gran daño es una especie de danza que, de manera poco frecuente, termina en el enojo o chillido lastimero de uno de los participantes.
Lo anterior ocasiona que la piel del xoloitzcuintle pelón se raye y tenga algunas marcas que el tiempo y un poco de cuidado harán desaparecer. En este renglón la humectación de la piel es importante para evitar que el xoloitzcuintle, por la resequedad, se rasque y produzca algunas heridas que pueden desencadenar un problema serio.
Habitante original de la Cuenca del Balsas, que el hombre prehispánico hizo llegar hasta América del Sur, ha subsistido en el transcurso de la colonia sin ayuda humana quedándose, a manera de refugio, en las comunidades rurales que todavía en la década de los cuarenta eran de difícil acceso por la falta de caminos y carreteras pero también por la casi ausencia de razas ajenas.
Allí, por largo tiempo conviviendo con el campesino de “tierra caliente” pasó a formar parte del paisaje, a ser un elemento más, hasta que la llegada de gente interesada en estos vestigios históricos los hizo salir al escenario nacional y mostrase al mundo.
Puesto ante la mirada sorprendida del mexicano - durante la etapa nacionalista - fue adoptado por varios intelectuales connotados y empezó a forjarse como “héroe cultural”, símbolo de lo nacional, lo propio, lo originario. Iniciándose de esta manera la historia contemporánea del xoloitzcuintle, en la que se reproduce y selecciona ejemplares, acciones que, a mediano plazo, darán como resultado la creación de una norma racial y tres diferentes tallas: estándar, intermedia y miniatura.
El xoloitzcuintle no es la única raza de perros originaria de lo que ahora es México, vestigios arqueológicos ligados a enterramientos y contextos ceremoniales dan noticia de por lo menos tres más, pero eso será tema de la siguiente entrega.
rayflome@gmail.com
Abril de 2010.