Hace unos días tuve en mis manos
el libro El Maravilloso Mundo de la Clínica Veterinaria de la Dra. Irene Joyce Blank Hamer, en su
capítulo V que titula “Se inaugura la
pensión”, narra con emoción un pasaje en donde por un lado se siente muy
contenta porque la construcción de las instalaciones de su pensión se
terminaron y como sus primeros pensionados fueron los xoloitzcuintles que
Norman P. Wright trajo de la región del Balsas, es un pasaje poco conocido en
la historia de la raza Xoloitzcuintle y me permito transcribir algunas líneas:
“… Se oyó el timbre, los perros fueron a ladrar y apareció Jacinta, la
cocinera, para informarme que un señor quería verme. Así fui a la puerta del
enorme y maravilloso zaguán (cuatro veces centenario) y al abrir me encontré
con un hombre obviamente extranjero tan alto que tuvo que inclinar la cabeza
para entrar, lo que nunca antes ni después aconteció. Sin más, me pidió ver la
pensión, la examinó cuidadosamente y me dijo “Sí, está bien, la quiero reservar
toda para mi exclusivo uso” y diciendo esto saca su cartera y me entrega un
fajo de billetes; “Es para reservarla, después hacemos cuentas”, salió por el
zaguán y de despedida me dijo: “Vos a llenarla con perros Xoloitzcuintli el
domingo, que voy a cazar en Guerrero”, sin más se subió a un coche y
desapareció, dejándome con la idea que quizá el episodio era un sueño y pronto
despertaría.
Llegó el domingo y pasaron las horas sin tener noticias del misterioso
sr. Wright; no sabía donde localizarlo y pensé que quizá estaba loco y que
tenía que regresarle el dinero. Su acento era de un caballero inglés, al igual
que su pelo castaño, además su saco que los ingleses siempre reforzaban de los
codos con piel, por lo que más tranquila por el análisis que había hecho, pensé
en hablar a la embajada de la Gran Bretaña al día siguiente e informarles lo
que había pasado.
Me sacaron de mis pensamientos el timbre y los perros que ladraban.
Pasaban de las once de la noche y Jacinta ya se había retirado. Fui a la puerta
y ahí estaba el sr. Wright acompañado de un chofer que se bajó de un pick up y
un jeep ¡llenos de xoloitzcuintlis!
De inmediato el sr. Wright le indicó al chofer que le ayudara a bajar
los perros e introducirlos en la pensión. El chofer obedeció mientras el
caballero inglés seleccionaba que perros iban a estar en que perrera; una hora
después, todos los “xolos” ya estaban en sus respectivas perreras, y concluido
esto me dijo que estarían conmigo hasta que estuvieran saludables y los pudiera
regalar a gente que amaba la raza.
Estuvieron varios meses conmigo antes de estar saludable, bellos y
amigables, ya que al llegar estaban cubiertos de garrapatas (el que menos tenía
eran 80), en estado avanzado desnutrición severa, con la piel seca, sin brillo,
de aspecto sin vida. Pero una vez que estaban como perros de exposición se los
llevó para regalarlos.
En esos meses, los había desparasitado, vacunado y a base de ponerles
aceite en la piel ya sin garrapatas y con una muy buena y adecuada nutrición,
había logrado que su piel estuviera con vida y suave al tacto.
El benefactor de los “xolos” era un antropólogo famoso que había
escrito un maravilloso libro “El enigma del Xoloitzcuintli” en que prueba que
el “xolo” es nativo de México y no traído de China a los puertos de Acapulco y
Mazatlán como afirmaban científicos mexicanos y hasta la entonces Asociación
Canina Mexicana, confirmaba había visto y estudiado a los perros pelones en
Cuba, Perú, Argentina, y en África, en el Congo y Etiopía.
Los perros pelones o Canis africanus eran su especialidad y hasta su
obsesión, por lo que fue llamado por el Instituto de Antropología a ayudar a su
estudio. Los perros de pensión traídos del estado de Guerrero, precisamente de
Arcelia, Poliutla, Teloloapan e Iguala fueron regalados a personas que vivían
en Las Lomas y Teotihuacán, A varios de ellos los vi después ya como pacientes
míos.
Mi primer contacto con un Xoloitzcuintli, fue en una exposición de
perros en Puebla, tenía yo diez años y al ver y tocar la piel del único
ejemplar de la exposición, horrorizada le dije a mi madre: “me siento enferma,
nunca pensé ver un perro tan feo como ese perro sin pelo”.
Recibí una regañada “no te sientas tan mexicana hasta que leas,
conozcas y admires al Xoloitzcuintli, es una parte importante de la historia de
México”. Trece años después lloré cuando mis xolos salieron de la pensión.
Le agradezco a Norman Wright el privilegio de haber tenido contacto tan
cercano a nuestra raza mexicana. El sr. Wright años después se fue a Australia
a estudiar los animales de aquella región y allá murió”.
¡Vaya inauguración para una pensión de perros!
Párrafo introductorio y transcripción: Fco. Alberto Campos Montes.