Por: Marco Antonio Hernández Escampa-Abarca.
Desde la perspectiva urbana en México, las
primeras referencias acerca del xoloitzcuintle no provinieron principalmente de
las excavaciones arqueológicas, sino de escritos coloniales. Es así que el
franciscano Fray Bernardino de Sahagún en su obra titulada Historia General de las Cosas de la Nueva España, en el Libro
Undécimo titulado “De las propiedades de los animales, aves, peces, árboles,
hierbas, flores, metales y piedras, y de los colores” relata:
“50.- Los perros de esta tierra tienen cuatro nombres: llámanse chichi,
itzcuintli, xochiocóyotl y tetlamin y también teúitzotl. Son de diversos
colores, hay unos negros, otros blancos, otros cenicientos, otros buros, otros
castaños oscuros, otros morenos, otros pardos y otros manchados.
51.- Hay algunos de ellos grandes, otros
medianos; algunos hay de pelo lezne, otros de pelo largo; tienen largos
hocicos, los dientes agudos y grandes, las orejas cóncavas y pelosas, cabeza
grande, son corpulentos, tienen uñas agudas; son mansos y domésticos, acompañan
y siguen a su amo o dueño; son regocijados, menean la cola en señal de paz,
gruñen y ladran; bajan las orejas hacia el pescuezo en señal de amor, comen pan
y mazorcas de maíz verdes, y carne cruda y cocida, comen cuerpos muertos, comen
carnes corruptas.
52.- Criaban en estas tierras unos perros
sin pelo ninguno, lampiños, y si algunos pelos tenían eran muy pocos. Otros
perrillos criaban que llamaban xoloitzcuintli, que ningún pelo tenían, y de
noche abrigábanlos con mantas para dormir; estos perros no nacen así, sino de
pequeños los untan con resina, que se llama óxitl, y con esto se les cae el pelo
quedando el cuerpo muy liso. Otros dicen que nacen sin pelo en los pueblos que
se llaman Teotlixco y Toztlan. Hay otros perros que se llaman tlalchichi,
bajuelos y redondillos, que son muy buenos de comer.”
(Sahagún, 1992: 628)
El original de este escrito de Sahagún es conocido como Códice
Florentino y se trata de un texto bilingüe en castellano y náhuatl,
profusamente ilustrado. La obra tiene un carácter recopilatorio a partir de
informantes nahuas y fue desarrollándose durante varias décadas. La
investigación se inició en Tlatelolco en 1547, continuó en Tepepulco entre 1558
y 1561, de nuevo en Tlatelolco hasta 1565 y se terminó en 1577 en la Ciudad de
México (Barbero, 1999:78-79).
En cuanto a los perros desnudos, las premisas corresponden a más de un
criterio. Por un lado se asume que la desnudez de los xoloitzcuintli es
artificial y por otro lado se afirma que es natural y los animales se críaban
en zonas determinadas. En cualquier caso, queda clara la diversidad cromática y
de pelaje presente entre los perros locales antiguos, su carácter amigable y la
existencia de los perros sin pelo. En cuanto a los lugares donde se criaban
éstos últimos, el toponímico Teotlixco ha sido relacionado con el área poblana
de Cholula o bien con la cultura tolteca. (De Durand-Forest, 1974) mientras
Toztlan tal y como aparece en la Matrícula de Tributos, podría referirse a la
zona de los Tuxtla, Veracruz.
También cabe mencionar que se describe la dieta de los perros en
general, la cual se basa tanto en materia vegetal como en carne. Por lo tanto
la idea de que el xoloitzcuintle o cualquier otro perro mesaomericano fuesen
vegetarianos carece de sustento. Como todo perro, consumían una diversidad de alimentos.
Algo sumamente importante es que Sahagún recopiló información sobre diversos
temas y por lo tanto no siempre ahonda en los detalles finos. Ciertamente queda
claro que al perro sin pelo se le denominaba xoloitzcuintli mientras otros
perros recibían nombres diversos. Esta distinción no implica que se trate
necesariamente de poblaciones separadas. En la actualidad sabemos que los
perros pelones mesoamericanos nacen acompañados de perros con pelo en las
camadas, detalle que probablemente no fue considerado en la interpretación de
Sahagún. En cambio, ahora sabemos que la oposición con pelo/sin pelo forman un
conjunto dual indisoluble.
Por otro lado, en el Apéndice del Tercer Libro, Sahagún explica que de
acuerdo al modo de morir, las almas de los muertos tenían distintos destinos.
Los que morían de enfermedad iban al Inframundo, quienes perecían por causas
relacionadas con el rayo, al agua o ciertas enfermedades (leprosos, bubosos,
sarnosos, gotosos e hidrópicos) se dirigían al Tlalocan y finalmente aquellos
que fenecían por causas relacionados con el fuego o la guerra, tenían como
destino final el Sol. Dada su visión católica, Sahagún interpretó estos sitios
como el Infierno, el Paraíso Terrenal y el Cielo respectivamente. De hecho al
señor del Inframundo lo identifica erróneamente como un diablo, lo cual también
se debe a la idea colonial de que los “falsos” dioses nativos eran formas
demoníacas. El viaje al Inframundo
implicaba superar una serie de obstáculos y el perro tenía un papel
primordial en este caso:
“18.- Y más, hacían al difunto llevar
consigo un perrito de pelo bermejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de
algodón; decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un
río del Infierno que se nombra Chiconahuapan;
19.- y llegando los difuntos ante el
diablo que se dice Mictlantecutli ofrecíanle y presentábanle los papeles que
llevaban y manojos de teas y cañas de perfumes, e hilo flojo de algodón y otro
hilo colorado, y una manta y un maxtli y las naguas y camisas y todo hato de
mujer difunta que dejaba en el mundo todo lo tenían envuelto desde que se
moría.
20.- A los ochenta días lo quemaban, y lo
mismo hacían al cabo del año, y a los dos años, y a los tres años, y a los
cuatro años; entonces se acababan y cumplían las obsequias, según tenían
costumbre, porque decían que todas las ofrendas
que hacían por los difuntos en este mundo, iban delante el diablo que se
decía Mictlantecutli;
21.- y después de pasados cuatro años el
difunto se sale y se va a los nueve infiernos, donde está y pasa un río muy
ancho y allí viven y andan perros en la ribera
del río por donde pasan los difuntos nadando, encima de los perritos.
22.- Dicen que el difunto que llega a la
ribera del río arriba dicho, luego mira al perro (y) si conoce a su amo luego
se echa nadando al río, hacia la otra parte donde está su amo, y le pasa a
cuestas.
23.- Por esta causa los naturales solían
tener y criar los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de
pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque dizque decía el
perro de pelo blanco: yo me lavé; y el perro de pelo negro decía: yo me he
manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el perro de
pelo bermejo podía bien pasar a cuestas a los difuntos, y así en este lugar del
infierno que se llama Chiconaumictlan, se acababan y fenecían los difuntos.
24:- Y más dicen que después de haber
amortajado al difunto con los dichos aparejos de papeles y otras cosas, luego
mataban al perro del difunto, y entrambos los llevaban a un lugar donde había
de ser quemado con el perro juntamente.” (Sahagún, 1992:
206-207)
Sin
duda el pasaje anterior es uno de los más aludidos en el imaginario colectivo
contemporáneo, ya que parte del argumento en torno al xoloitzcuintle se relaciona
con este paso por el río del Inframundo o Mictlan. No obstante, la fuente
colonial claramente menciona que los perros que cumplían esta función eran los
perros con pelaje y no los perros desnudos. Debido a un deseo colectivo de
enfatizar al xoloitzcuintle como un ente que representa la supervivencia del
mundo prehispánico, múltiples propiedades o atributos de los perros
mesoamericanos en general se fueron asignando exclusivamente al perro pelón. En
el presente resulta necesaria una reformulación de todos estos conceptos. Parte
del proceso es la reivindicación del xoloitzcuintle con pelo y su revaloración
social. Esto incluye en última instancia la preservación de la gama cromática
de la raza porque los colores mencionados en las fuentes y representados en los
códices forman parte del sistema simbólico antiguo.
Por último cabe mencionar que si bien esta fuente colonial es de
mayúscula importancia, algunos detalles deben contrastarse con otras y con la
información arqueológica. Por ejemplo, en este texto se especifica un nombre
para el perro comestible, no obstante los vestigios arqueológicos indican que
el consumo era más extendida y menos selectivo.
Referencias:
Barbero Richart, Manuel C.
1999.
Iconografía animal: la representación animal en libros europeos de los siglos
XVI y XVII, Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha
De Durand-Forest, Jacqueline.
1974. Los
grupos chalcas y sus divinidades según Chimalpahin, Estudios de cultura
Náhuatl, no 11, p. 148.
Sahagún, Bernardino de.
1992. Historia
General de las Cosas de Nueva España, Editorial Porrúa, Colección “Sepan
Cuántos…” México.