Su destino era la corte española del emperador Carlos V pero los azares del destino lo depositaron en varios lugares de Europa hasta llegar a los archivos del Vaticano.
19 nov 2011
EL PERRO EN EL CÓDICE DE LA CRUZ-BADIANO.
Su destino era la corte española del emperador Carlos V pero los azares del destino lo depositaron en varios lugares de Europa hasta llegar a los archivos del Vaticano.
13 nov 2011
ACOLMAN, MERCADO DE PERROS EN EL SIGLO XVI.
Cronistas soldados, religiosos y viajeros del siglo XVI, a lo largo de sus escritos, nos han dejado información sobre el uso alimentario que se le daba a los perros en la época precortesiana. Desde Bernal Díaz del Castillo, pasando por Alvar Núñez Cabeza de Vaca y Bernardino de Sahagún, lo dicen pero es con la primera obra de Durán, cuando tenemos una idea real del papel que tenían estos canes en los pueblos indígenas de México.
El fraile dominico Diego Durán escribió en 1570 el “Libro de los Ritos y Ceremonias en las Fiestas de los Dioses y Celebración de ellas”. En el capítulo XX de dicho escrito nos habla de los tianquiz o mercados donde se vendían esclavos para el sacrificio y de otros que podríamos calificar como especializados en ciertos productos[1].
Uno de estos mercados era el de Acolman, lugar donde se vendía una gran cantidad de perros. Perros que eran utilizados todavía, a casi cincuenta años de la conquista de México-Tenochtitlan, como alimento en varias ceremonias para aflicción del religioso, quién además apunta que los naturales despreciaban el consumo de la carne de res - que era más barata - que la de estos perrillos.
Sobre el tamaño de los canes dice que eran de tamaño chico y mediano, y que su compra-venta era muy grande, pues el día que asistió, algo bajo en actividad comercial – según le dijeron -, llegó a contar más de cuatrocientos perros “de toda suerte”.
Estas son las palabras del religioso de Santo Domingo:
“14. A la feria de Acolman habían dado que vendiesen allí perros y que todos los que los quisiesen vender, acudiesen allí así a venderlos como a comprarlos. Y así todas las mercaderías que allí acudían eran perros chicos y medianos, de toda suerte. Donde acudían de toda la comarca a comprar perros, y hoy día acuden. Porque hasta hoy hay allí el mesmo trato. Donde fui un día de tianguiz, por solo ser testigo de vista y satisfacerme, y hallé más de cuatrocientos perros, chicos y grandes, liados en cargas, de ellos ya comprados y de ellos que todavía andaban en venta. Y era tanta la caca que había de ellos que me quedé admirado.
15. Viéndome un español baquiano[2] de aquella tierra, me dijo que de qué me espantaba, que nunca tan pocos perros había visto vender como aquel día y que había habido falta de ellos. Pregunté yo a los que los tenían por allí comprados que para qué los querían; me respondieron que para celebrar sus fiestas, casamientos y bautismos. Lo cual me dio notable pena, por saber que antiguamente era particular sacrificio de los dioses los perrillos y, después de sacrificados, los comían, y más me espanté de ver que en cada pueblo había una carnicería de vaca y carnero y que por un real dan más vaca que pueden tener dos perrillos, y que todavía los coman…
16. Y no sé por qué se ha de permitir. Y no soy de tan torpe juicio que no vea que éstos son ya cristianos y bautizados y que creen la fe católica y un Dios verdadero, y en Jesucristo, su único Hijo, y que guardan la ley de Dios, pero, ¿por qué les hemos de consentir que coman las cosas inmundas que ellos tenían antiguamente por ofrenda de sus dioses y sacrificios? Lo cual, aunque sea así que ya no comen estas cosas inmundas de perros y zorrillos y topos, comadrejas y ratones, por superstición e idolatría, sino por vicio y suciedad, es muy loable reprenderlo los confesores y predicadores, para que acaben ya de vivir en policía humana.”[3]
Cabe mencionar que la preocupación del religioso se centra, por una parte, en el aspecto simbólico del perro dentro de las fiestas, casamientos y bautizos de los indios, pues estos animales eran sacrificados en honor a los dioses prehispánicos, y por otra en lo relativo al comportamiento que deberían guardar los indios catequizados en su vida diaria, es decir, alejados ya de costumbres no permitidas por la cultura conquistadora y, sobre todo en el trabajo por hacer en la implantación de la fe católica.
Con Diego Durán contamos con un testigo presencial, que llegó a la Nueva España siendo un niño de “siete u ocho años, para instalarse en Tezcoco”[4], y que, por lo mismo, tuvo oportunidad de convivir y relacionarse con los naturales e interrogarlos sobre diversos aspectos de su pasado y costumbres, es decir, tenemos una fuente de primera mano de como era visto el perro a finales del siglo XVI.
Noviembre de 2011.
*Integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta.
rayflome@gmail.com
[1] Una primera versión de este texto fue publicada en el foro Tepeuani Xoloitzcuintle (http://xoloitzcuintle.creatuforo.com) en marzo de 2010.
[2] Experto, guía.
[3] DURAN, Diego. Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme. México, Porrúa, 1984, pp. 180 y 181.
[4] ESTEVE BARBA, Francisco. Historiografía Indiana. Madrid, Gredos, 1992, p. 226
2 nov 2011
LOS PERROS Y LA MUERTE EN LA TRADICIÓN ORAL MILPALTENSE.
Por: Raymundo Flores Melo*
Doña Luz Jiménez es una india milpaltense[1] que legó a la posteridad parte de las costumbres y tradiciones de su pueblo a través de sus memorias[2] y cuentos. Fue originaria del barrio de San Mateo (segunda sección[3]) en la Asunción Milpa Alta.
En “Los dioses”, uno de los cuentos recogidos por el etnólogo y lingüista Fernando Horcasitas, doña Luz hace referencia al trayecto que todo hombre, según la tradición, seguirá después de su muerte y del papel que el perro juega en este tránsito:
“Telhuiloque icuac ca miqui noihqui techpanoltia chichitoton can ica tiahue icuac yotimihque mach tihpano ce apatlahtli. Ye yiman on chichitoton tla otihtlazotlaque tlaltihpac techpanoltiz ihuan tlacamo techtotolochtiz ican amo tihtlazotlaque tlaltihpac. Tla iztac chichi coza monenequi techpanoltiz. Tla tliltic chichi nozo coztic teyecanamihtiuh. Huan quitohua ‘Nopan ximotlalitzino nohpac. Nimitzmopanoltiliz apatlahtli’”[4].
“Cuentan que cuando alguien muere nos pasan los perritos por donde vamos. Dizque pasamos un río. Los perritos, si los quisimos aquí en la tierra, nos pasarán y, si no los quisimos, nos tratan mal. Si es perro blanco se hace mucho del rogar para hacernos pasar. Si es negro el perro, o amarillo, nos va a encontrar. Y dice: ‘Siéntese sobre mí. Lo haré pasar este río ancho’”[5].
Relato semejante al recogido por fray Bernardino de Sahagún de los labios de alguno de sus informantes indígenas en la segunda mitad del siglo XVI:
“Y más, hacían al difunto llevar consigo un perrito de pelo bermejo, y al pescuezo le ponían un hilo flojo de algodón; decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del infierno que se nombra Chiconahuapan”[6].
“Dicen que el difunto que llega a la ribera del río arriba dicho, luego mira el perro (y) si conoce a su amo luego se echa nadando al río, hacía la otra parte donde está su amo, y le pasa a cuestas.
Por esta causa los naturales solían tener y criar los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque dizque decía el perro de pelo blanco: yo me lavé; y el perro de pelo negro decía: yo me he manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el perro de pelo bermejo, podía bien pasar a cuestas a los difuntos…[7]”
La presencia de un río que pasar, la ayuda proporcionada por los canes y la renuencia del perro blanco están contenidos en ambos escritos, poniendo de manifiesto una cosmovisión compartida, un continuo cultural.
Las dos narraciones están separadas en el tiempo - una es del siglo XX y la otra del siglo XVI- pero el contenido similar deja constancia de la permanencia del pensamiento mesoamericano con respecto a la muerte y a los perros, creencia que sigue vigente en varios pueblos originarios de nuestro México.
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*Integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta.
rayflome@gmail.com
[1] Para mayor información sobre esta mujer, véase FLORES MELO, Raymundo. Una india milpaltense:
Luz jiménez ícono de la mexicanidad en las artes en http://www.teuhtli.com.mx/articulos/luz_jimenez.html
[2] HORCASITAS, Fernando (recop.) De Porfirio Díaz a Zapata. Memoria Náhuatl de Milpa Alta. México, UNAM; 1989, 96 pp.
[3] El pueblo de la Asunción Milpa Alta o Villa Milpa Alta está dividido en cuatro secciones.
[4] HORCASITAS, Fernando y Sarah O. de Ford (recops.). Los Cuentos en Náhuatl de Doña Luz Jiménez. México, UNAM, 1979, p. 12
[5] Ibíd. p. 13
[6] SAHAGÚN, Bernardino de. Historia General de las cosas de la Nueva España. México, Porrúa, 1981, t. I, p. 295
[7] Ibíd. pp. 295 y 296