Por: Raymundo Flores Melo.
Miguel León-Portilla, discípulo
del padre Ángel María Garibay, publicó en el año 2006 un libro llamado Poesía Náhuatl. La de ellos y la mía,
donde se copilan poemas extraídos de documentos del siglo XVI como los Cantares Mexicanos, los Romances de los señores de la Nueva España
y el Códice Matritense.
Cerrando el mencionado texto se
encuentra una colección de dieciocho poemas, escritos originalmente en náhuatl,
de la autoría del mismo León-Portilla, en los que se deja ver la influencia que
ha ejercido la cultura náhuatl en el investigador.
Entre este legado cultural no
podía faltar la figura del perro y su relación con la muerte, relación todavía
muy presente en varios de los pueblos originarios de la Ciudad de México como
son San Pedro Tláhuac (en particular el poblado de Mixquic), San Bernardino
Xochimilco y la Asunción Milpa Alta.
El investigador se pregunta si su
perro estará con él cuando haya muerto, como lo está ahora en la vida terrena,
es decir, si será su acompañante rumbo al Mictlán de los antiguos mexicanos.
Si bien en la época actual el
perro tiene diferentes usos a los del pasado, no deja de sorprender que sigamos
todavía el viejo consejo de los abuelos: tratar
bien a los perritos. Es que en esas cosas de la muerte, nadie sabe y es
mejor preparar camino. No vaya a ser la de malas.
Comparto con ustedes la
transcripción del referido poema[1]:
In itzcuintli / El perro
In ihcuac zan ye nocel,
nican, notech ca notzcuin.
Cuando estoy solo,
junto a mí, aquí está mi perro.
Ompa, in can ye
mihtoa,
Quenonamican,
¿azo notech,
ompa ye notzcuin?
Allá, donde dicen
que de algún modo se existe,
¿acaso junto a mí.
estará allá mi perro?[2]